TWINS FROM EVIL: THE WEINSTEIN BROTHERS
A Peter Biskind, por sacar a
la luz la mierda oculta de la falsa independencia del cine “Indie”.
“Los directores
independientes no ganan dinero. Se gastan todo el dinero que tienen en hacer
una película. Mejor dicho, el que no tienen. El dinero de sus padres. Roban
dinero, se endeudan para el resto de sus vidas. La película puede ser todo lo
buena o todo lo mala que se quiera, pero es su película”. Palabras de Quentin
Tarantino sobre el principal problema de los cineastas underground que siempre
aúllan su desesperada voz desde el desierto del celuloide a todos aquellos
cinéfilos interesados en aquello que se ha dado en llamar “cine independiente”.
Llámese toda película o formato audiovisual realizado desde las afueras del
sistema convencional de producción cinematográfica. Es decir, Hollywood y las
“Majors” de toda la vida que mal que nos pese, son las que cortan el bacalao
desde que el cine es cine. Fuera de lo que se entiende como cine “convencional”
(llámese aquel que es de consumo masivo y sigue fielmente una serie de reglas
de autocensura a fin de no perder a un público medio y conservador en sus gustos
estéticos y artísticos), existe una tendencia a experimentar desde la óptica de
que el director es el auténtico responsable de la película. Idea nacida a raíz
de la “nouvelle vague” francesa de los años cincuenta y que pretendió una
competencia real con el cine de Hollywood entendido como máquina industrial de
fabricación en serie. Sin embargo, nadie puede negar (ni el más subnormal de
los directores underground) que el sistema de la meca del cine ha dado y sigue
dando de vez en cuando, dignas, buenas e incluso excelentes películas por muy
inflamado que esté su presupuesto y por muy populares que sean sus estrellas.
Resulta erróneo pensar que por que una peli venga del quinto coño y haya
costado cuadro duros tenga que ser mejor que otra que ha dirigido un director
de renombre y probada eficacia (un Sydney Lumet, un Milos Forman o un Paul
Verhoeven para entendernos) que tenga un presupuesto medio-alto en millones de
dólares y una distribución más que asegurada en la mayoría de los países del
mundo. De hecho, son realmente pocos los cinéfilos capaces de soportar de un
tirón cines tan espesos y difíciles de digerir tanto a nivel de duración y
calado intelectual (el ruso Andrey Tarkovsky, uno de mis directores favoritos,
dicho sea de paso) como demasiado perturbadores a nivel descriptivo (el
austriaco Michael Hanneke) o tan metafóricos a nivel visual que resultarían
incomprensibles para la mayoría de nosotros (el griego Theo Angelopoulos), por
no hablar de perros verdes tan marcianos e inclasificables como el Chileno-francés
Alejandro Jodorowsky (una obra tan demente como “EL TOPO” –71- solo puede
tacharse de lisérgica, provocando amor u odio a su paso), Luego están los que
se quedaron en el medio, entre la autoría y el consumo masivo. Pongamos sin ir
más lejos un Sergio Leone, un David Lynch, un David Cronenberg, un Martín
Scorsese, un Tim Burton, un Robert Altman, un Roman Polansky, un John
Carpenter, un Bernardo Bertolucci o el gran Woody Allen. Cineastas todos ellos
que aun trabajando para un gran sistema y dirigiéndose a un público masivo, han
conservado una voz propia y una personalidad más que reconocible a lo largo de
toda su carrera. Demostrando que el arte y el intelecto no están reñidos con el
entretenimiento. Algo que no conciben pretenciosos en el peor sentido del término
como el sobrevaloradísimo Jean Luc Godard o el soporífero Manoel de Oliveira
que conciben sus obras desde la irritante soberbia de hacer creer a más de uno
que el cine de consumo masivo solo es recomendable para retrasados mentales profundos,
y los amantes de las minorías y ratas de filmoteca son los únicos dignos de
llamarse cinéfilos. Y en tercer lugar están los creadores de cine basura sin
complejos de ningún tipo: gente como Takashi Miike, Frank Henenloter, Lucio
Fulci, Albert Pyun, Lloyd (TROMA) Kaufman o John Waters. Tipos que nunca han
ido de autor pese a poseer a veces una voz personal que los distingue de tanto
subproducto y que poseen la humildad de no haber ido de directores importantes
ni pretender otra cosa que pasárselo bien haciendo películas y que los demás se
lo pasen bien con ellos. Pero la idea del cine independiente tal como lo
conocemos, nació a manos del festival de Sundance por Robert Redford con la
mejor de las intenciones para todos aquellos creadores de una obra demasiado
humilde para competir en los Oscars o en Cannes en sección oficial. Sin embargo,
si la verdad es que Hollywood siempre había dejado en paz a los independientes,
como a ese hermano pobre que nunca les daría un serio dolor de cabeza, también
es cierto que a raíz de un taquillazo como “Sexo, mentiras y cintas de video”
–90- de un joven por aquellos años Steve Soderberg; puso sobre aviso a las “majors”
de que una cinta barata (aparentemente hecha fuera del sistema) podría competir
en igualdad de condiciones con un producto estándar. Lo bueno fue que por fin
parecía que el cine de “autor” se iba a consolidar dentro de la industria … lo
malo es todo eso no llevó a otra cosa que a crear un bastardo mini Hollywood a
pequeña escala, donde la manipulación del producto final podía ser igual de
sangrante que en una productora de toda la vida. Y la codicia de los nuevos
magnates, se resumía en que ahora vendían un producto de falso prestigio, con
el único propósito de llenarse el culo de pasta, de forrarse a la vez que iban
de alternativos y amantes de las artes; y lo peor de todo, es que llegaron a
convencer a algunos directores desesperados por un estreno, de que ellos tenían
razón y que eran ellos los auténticos responsables del (sub)producto, los
auténticos realizadores.
“Le dije a Martín (Scorsese),
cuando hizo Gangs of New York: ¡Con ésta has vendido tu alma al diablo, al
mismísimo diablo!, ¡A Satán, a Lucifer!”.
SPIKE LEE
Ese Incubo de invocación
demoniaca al que se refiere el afro-americano Spike Lee es un magnate judío (la
gran camarilla de Hollywood) que junto a su hermano Bob, se especializaron en
extender una brutal tendencia allá en los noventa, que degeneró en brutal sangría
en el cine realmente libre de la época, y entre los (sub) productos de su
particular infierno. Su satánica majestad se llamaba Harvey Weinstein, su
hermano Bob, y su infierno particular; MIRAMAX, junto su Damien: Quentin
Tarantino. No hay que negar que sus satánicas majestades distribuyeron
productos realmente atrevidos como la amoral y repulsiva “KIDS”-95- (Larry
Clark), la sátira anticatólica “DOGMA”-98- de otro de sus protegidos; el
entrañable Kevin Smith. O el valiente musical Glam “Velvet Goldmine”-99- del
genial Todd Haynes. Pero tanto Harvey en su megalómana MIRAMAX como Bob en su
filial para subproductos fantásticos DIMENSION, no tardaron en revelar al mundo
una trama subterránea de gritos de cerdo, abusos sexuales, chantajes,
humillaciones, sueldos y beneficios nunca pagados, cineastas, productores y
ejecutivos explotados, currantes de oficina sometidos a un perpetuo estado de
terror y a la amenaza de un despido masivo, etc… Y sobre todo de películas
destrozadas en la sala de montaje por capricho de “HARVEY MANOSTIJERAS”, aunque
se tratase de obras como “Adiós a mi concubina”-92- de Chen Kaige o “El pequeño
buda” del mismísimo Bertolucci. Aunque el peor ejemplo se lo llevaría Scorsese,
pero no adelantemos acontecimientos. MIRAMAX apareció en el mapa a propósito de
uno de los filmes clave de los noventa y película mito para ese término efímero
y falsario como fue la mal llamada “Generación-X” (el primer movimiento de
rebelión juvenil, creado por multinacionales). Me refiero por supuesto a “PULP
FICTION” –94- que elevó a Tarantino al estatus de director “independiente” más
popular de todos los tiempos, convirtiéndolo en una jodida estrella de Rock. En
un semental del porno para todas las edades, en el juguete favorito que tu
sobrino preferido se llevaría a la cama. En ese puto cabrón que todos hemos
querido conocer en medio de nuestra más demencial borrachera. En el chico de la
portada que pone a niñas y marujas, en el director alternativo que todo
cinéfilo necesita para creer que el cine no ha muerto aniquilado por las reglas
invisibles y codificadas de Hollywood; y es que en el fondo Tarantino se lo
merecía porque talento no le falta. Pero la originalidad de sus ideas pertenece
a otros, a los que no sonrió la gloria ni el reconocimiento masivo, El bueno de
Quentin era un copión.
“Lo más grande fue cuando
PULP FICTION tuvo ese primer fin de semana escandalosamente taquillero. Todos
lo vimos como algo bueno para Quentin, y supusimos que también lo era para
nosotros. Pero, en realidad, esa victoria fue, en cierto modo, el principio del
fin para los demás, porque son pocas las películas independientes capaces de
competir de la misma manera”.
ALLISON ANDERS
Peter Biskind, autor del
libro que inspira este artículo: SÉXO, MENTIRAS
Y HOLLYWOOD, afirma que PULP
FICTION es al cine independiente lo que STAR WARS fue al Hollywood intelectual
de los setenta. La película que lo cambió todo… a peor. Un ejecutivo publicó en
la revista “Premiere” una curiosa carta en la que relacionaba a Tarantino con
el personaje del cuento infantil “El traje nuevo del emperador”, donde lo
relacionaba con ese rey desnudo ante sus súbditos que cree portar el traje más
maravilloso del mundo, unas ropas que en realidad no existen. Aquel traje hacía
en realidad alusión al presunto talento de Tarantino, al que el autor acusaba
de haber bebido de múltiples fuentes. En realidad, cientos y cientos de cintas
de video con toda clase de películas de primera línea, serie B, serie Z y
perros verdes sin definición. El verdadero talento de Tarantino consistía en
robar de cientos de fuentes distintas y mezclar todas esas fuentes en un puzzle
demencial que solo los cinéfilos más caníbales se atreverían a descifrar para
averiguar un “quien es quien” postmoderno que rompe con toda clase de modas y
tendencias. “Los genios roban, no hacen homenajes” soltó Quentin en su día en
Cannes, ebrio de fama y lame culos, abrazando con brutal egocentrismo su
futuro, y renegando patéticamente de su pasado… de los colegas de su pasado a
los que debía mucho, por no decir todo. Existe una extraña enfermedad que se
apodera de los que súbitamente alcanzan la gloria sin humildad ni precaución.
Se apodera de ellos una inexplicable amnesia y olvidan a sus antiguos amigos y
conocidos. Se creen absolutos responsables de su gloria y no admiten a nadie
más a su lado en el trono. Ni reinas ni príncipes ni princesas y mucho menos
ranas y mendigos. Ni siquiera su colega de toda la vida Roger Avary (KILLING
ZOE –94-) mereció un crédito como coautor de los guiones que Tarantino admitía
como propios. Cuando Tarantino subió a por la palma de oro en Cannes 94 una
espectadora anónima lo insultó y Tarantino le hizo con el dedo el gesto de
jódete. Pero aquella mujer debió de hacerle tambalearse en sus entrañas más íntimas,
recordándole que su gloria podría venirse abajo en cualquier momento y que su
número de admiradores sinceros sería ridículo al lado de todos aquellos
enemigos que esperaban ansiosos verle hundirse en el fango de su propia
soberbia.
“Harvey es como el tipo que
quiere hacer una conquista sexual; la cacería es más embriagadora que la
captura de la presa. Una vez folla, pierde todo el interés”. Confesión
de un anónimo a Peter Biskind
–SEXO, MENTIRAS Y HOLLYWOOD.
Y tampoco Harvey y Bob se
habrían crecido tanto sin el éxito masivo de su hijo adoptivo. No niego que
Quentin tiene talento, me gustan sus películas para que negarlo. Es su brutal
egocentrismo lo que no soporto. Como tanto payaso que va de genio sin serlo en
absoluto. Ya podrían aprender (sobre todo en este país) de la humildad de
nuestro Víctor Erice, al que le ruborizó que le llamase genio el día que tuve
la inmensa suerte de conocerlo en persona. Al parecer y tal como dijeron en
diversas fuentes sus ex colegas de generación, Quentin solo iba a los
festivales “a follar” tras creerse demasiadas gilipolleces dichas por
demasiados lame culos y demasiados oportunistas a la búsqueda de su efímero
minuto de gloria, al lado de la nueva estrella mediática. Biskind afirma que en
su investigación se topó con mucha gente temerosa de las “represalias” de los
hermanitos W como testigos contra la mafia temiendo una “vendetta”. Lo que
equivale en la industria del cine a quedarse sin trabajo y a no conseguir
contratos por mucho dinero, ni exclusivas, ni revistas, ni entrevistas en la
tele, etc... Pero si el sistema capitalista está lleno de cobardes con alma de
esclavo, de tipos y tipas sin personalidad, que se dejan pisotear para llegar a
fin de mes, y que luego hablan maravillas que no sienten, de sujetos a los que
ni se atreven a odiar por temor a que estos les puedan leer el pensamiento, no
duden que hasta el más sanguinario de los negreros tiene su “Mandinga”, o
esclavo rebelde que termina volviéndose contra el amo a sangre y fuego, y baila
una danza tribal con la cabeza del esclavista clavada en una lanza. A los
hermanitos W les han salido enemigos hasta por debajo de las piedras, y por
buenas y arriesgadas que puedan ser las películas que produzcan, siempre estará
la duda de si no hubo una sangría en el resultado final. Harvey estuvo a punto
de reventar en 1999 y terminaron vendiendo la casa Miramax y su patrimonio
audiovisual. La ley de la relatividad de Einstein, todo lo que sube tiene que
bajar; porque nadie se mantiene en la cima para siempre. Recordemos a Michael
Caine y su sabio discurso cuando fue a recoger el Oscar: -“No soy una estrella,
soy un superviviente” - y eso tiene mérito. Fue por “Las normas de la casa de
la sidra”-98-, una peli producida por los hermanitos W curiosamente. Y es que
como dice el dicho, de todo ha de crecer en la viña del señor.
“Hay un dicho que dice: a
Dios no le gustan los feos. Toda la mierda que ha hecho a lo largo de su
carrera, todo eso va a volver y va a pasarle factura. ¡Harvey es un cabrón
mentiroso! ¡Un gordo hijoputa! ¡Una rata!
SPIKE
LEE
Al final Tarantino y
Rodríguez son los fichajes definitivos de Dimension; los hijos no naturales de
los hermanitos W y de los pocos que los defienden con saña e irían con ellos a
la tumba. Más probablemente se quedarían solos en su mausoleo. Ahí están los
sangrantes ejemplos de “54”-98- de Mark Christopher y sobre todo del tortuoso
“Gangs of New York” –2002- de Scorsese. La trampa de Miramax según muchos de
los que trabajaron en ella era la de dejar las manos libres durante el rodaje y
posteriormente en postproducción ya vendrá el llorar y las presiones y las
amenazas, y el mete un final feliz por cojones por que los malos finales solo
venden en el terror y necesitamos 100 millones de finas rupias de recaudación
en solo un fin de semana … Al final llegamos a lo de siempre; la gran
productora independiente fue solo en el fondo una filial de la Walt Disney
company con todos sus millones y su codicia a cuestas, como cualquier otra mega
corporación en Hollywood. La mentira se vende en una falsa autoría sobre el
director que al final acaba siendo el chivo expiatorio. “54” prometía ser un
guiño al libertinaje de los 70; una versión blanda de la genial “Velvet
goldmine” –98- o “Last days of disco” –98- que dirigiría un debutante: Mark
Christopher, Gay como Todd Haynes y Gus Van Sant y muy cool en su personalidad.
El rodaje se lleva a Toronto, que se parece a Nueva York y sale más barato, y
sobre un mes y medio después se hace una proyección de prueba como las hacen
todos los demás estudios: frente al público equivocado; niñatos de extrarradio
adictos a los multicines de centro comercial. Nadie dice: - ¡Es un público
equivocado! Solo dicen: - ¡Esto es una
mierda, hay que volver a rodarlo! El pobre Mark fue el que salió perdiendo. No
hay nada peor para un autor de “algo”, que se responsabilice como obra
completamente tuya, que es un producto que ha pasado por infinitas manos y que
al final, solo humilla y avergüenza al creador de la idea inicial, que ha
perdido en el proceso cualquier autoría real sobre el producto final que es de
cualquiera menos suyo. Por eso no es de extrañar que un servidor utilice los
seudónimos ante empresas de sanidad más que dudosa, que es lo que Christopher
debería haber hecho cual Alan Smitte (alias “Yo reniego de mi obra”). Después ya vendrán tiempos mejores y no
tendrás que avergonzarte de un engendro que un día hiciste y tras cuatro días
ya nadie se acuerda. Porque el paso del tiempo es implacable y “54” cayó en el
mayor de los olvidos tras fracasar en taquilla, algo que a Mark Christopher
tampoco le importó demasiado.
La moda de hoy es basura de
mañana y nostalgia de pasado mañana.
PETER BISKIND
Mark no volvió al redil, pero
el otro gran escándalo de Harvey se avecinaba.
Martin Scorsese, uno de los grandes y de eso nadie lo duda, había
ambicionado desde 1977 llevar al cine un fresco lleno de crueldad y violencia
sobre las bandas que controlaban Nueva York a mediados del siglo XIX como una
dolorosa metáfora de una sociedad (la USA) nacida de la violencia. Scorsese
pasó muchos años a la búsqueda de un mecenas para su proyecto. Con el cambio de
milenio, Harvey decidió producir su obra maestra y levantó un presupuesto de 90
millones de dólares qué según algunas fuentes, pudieron elevarse hasta los 150.
Dante Ferreti levantó en los estudios Cinecitta de Roma un gigantesco plató que
reproducía toda la miseria de aquella época y el estreno estaba previsto a
finales de 2001, pero los atentados del 11 de septiembre echaron por tierra los
planes de estreno y la película de unos 240 minutos de metraje en sus inicios,
terminó perdiendo peso a medida que Harvey manos tijeras degeneró en Harvey el
carnicero. La batalla entre él y Scorsese debió ser una pesadilla constante
entre la obra personal de Scorsese y el BLOCKBUSTER taquillero que Harvey
deseaba. Mamoneos en los pases de prueba por parte de una sociedad paranoica e
hipersensibilizada por los atentados de las torres gemelas, aparte de sobre
hinchada de patriotismo, que se negó a aceptar la cruel metáfora de un Scorsese
que la acusaba de ser responsable de la creación de sus propios monstruos. Al
final el sueño largamente acariciado de Scorsese se quedó en 165 minutos, con
dos actores mediocres de protagonistas: un limitado Leo di Caprio, del que
Scorsese se encariñó peligrosamente y la limitadísima Cameron Díaz. De ahí que
el magnífico Daniel Day Lewis se los coma con pasmosa facilidad cada vez que
comparten plano. Al final, “Gangs of New York” se quedó en tierra de nadie, ni
de Martín ni de Harvey, pese a ser con diferencia, la mejor de las cintas de
Miramax en toda su historia, aunque solo un brillante borrador de lo que podría
haber sido. ¿Acaso nadie se acuerda de la ochentera CANNON, de los impagables Menahem
Golam y Yoran Globus?, expertos en subproductos de serie B y justicieros
urbanos. También se las dieron de artistas y destrozaron lo que pudo ser “La
matanza de Texas 2” (86), antes de hundirse en el lodo y el olvido pasajero,
del que ahora son rescatados por el insólito arrojo de sus pelis. Pero aquellos
directores que quieran sentirse dueños de sus obras, son los que realmente
salvan el cine. Porque gracias a ellos el séptimo arte no ha terminado siendo
un miserable asunto de preventas, cifras y demandas al por mayor, y porque un
mundo donde solo hubiese engendros Blockbuster, sería una jodida pesadilla. ¿Hablo
de la Disney?
Comentarios
Publicar un comentario