SESIÓN DOBLE
Señoras
y señores, hoy toca sesión doble:
Aquarius/En
lo profundo del bosque.
Hay
un instinto que se llama autosuperación, y se suele activar ante una
precariedad evidente de medios y en películas de bajísimo presupuesto. En
apariencia insalvables, y de las que en ocasiones sale una insólita “fuerza de
flaqueza”. Como un efecto de dopaje natural. Eso es lo que amo del cine de
géneros. A veces en sufridas producciones de serie B, y también de serie Z. El
auténtico talento suele brotar a veces con todo en tu contra; un presupuesto
raquítico, unas condiciones de rodaje miserables, unos actores de tercera
división, o un guion hecho de puro material de derribo.
El
italiano Michele Soavi es uno de los grandes herederos del cine de terror de su
país. Actor en pelis como la mítica ”Miedo en la ciudad de los muertos
vivientes” de Lucio Fulci, “Phenomena” de Dario Argento o “Invasores del
abismo” de Ruggiero Deodato, y asistente de director de Fulci y Argento entre
otros. Aparte de poder dirigir la segunda unidad de “El Barón Munchausen” de
Terry Gilliam. Todo un lujo. Tras salir de actor en “Demons” de Lamberto Bava (es
el tipo con la máscara de acero en el metro), Soavi recibe una oferta de George
Eastman (Luigi Montefiori) nada menos.
Dirigir
un guion del propio Eastman (también productor), que bebe tanto del giallo
italiano, como del slasher yanqui. “Aquarius” (86) -no confundir con cierta
bebida isotónica- es una metáfora en su mismo título, la cual se pierde en su
traducción anglosajona: “Bloody bird”. Un
lugar aislado, que es como un acuario para un grupo de sujetos (los patéticos
actorcillos de un ensayo teatral); cercados dentro de un teatro por una
persistente lluvia, que es como un recipiente de cristal lleno de peces del que
no pueden escapar. Detalles como la chica ensartada con un pico, cuya punta ha
sido hundida obscenamente en su boca. La máscara de lechuza blanca que se gasta
el serial killer.
La
protagonista (Barbara Cupisti), escondida tras la cortina de una ducha,
mientras su amiga; herida de muerte, la mira suplicante en el momento que el
asesino se dispone a rematarla, amenazando con delatar el escondite de la
muchacha, la cual no se atreve a intervenir. El mismo asesino (oculto tras su
máscara), que “representa” un asesinato ante el impresentable director de la
obra, matando realmente a la actriz de la misma. Ese mismo maniaco; escapado de
un manicomio próximo al teatro, que se “contagia” del espíritu teatral, e
improvisa una performance frente a un patio de butacas vacío; sentado en un
sofá y rodeado por los cadáveres de sus víctimas (un guiño a “Bahía de sangre”
de Mario Bava). O la escena cumbre, con la protagonista cortando
desesperadamente la cuerda por la que está trepando ese asesino para poder alcanzarla.
Calificada
por Tarantino como uno de los mejores filmes de terror italianos de los
ochenta, la banda sonora es del veterano Simon Boswell (“Hardware” y “Dust devil”
de Richard Stanley), la cual funciona a la perfección en la escena en la que
una de las actrices se siente acosada dentro de un probador, donde está
encerrada. “En lo profundo del bosque” (2000) -no confundir con la excelente
cinta de Drew Goddard “Deep in the Woods”- del francés Lionel Delplanque, es
una producción gala que tiene un insólito mérito, saber mantener la dignidad
con (casi) todo en contra. Delplanque cuenta con un sorprendente uso de la
tensión y la atmosfera, frente a un reparto impresentable y una trama que es un
puro detritus, que toma como excusa el eterno mito de caperucita roja. Un noble
(François Berleant -Los niños del coro-), contrata a un grupo de estudiantes de
interpretación, para representar una función teatral, frente a su hijo autista
y su repulsivo mayordomo. Cabe decir que dicha representación me dejó a
cuadros, pues roza la subnormalidad. He visto funciones infantiles con mil
veces más dignidad que eso.
Pero
entonces Delplanque (al igual que Soavi) echa mano de detallitos que enriquecen
el asunto. El niño autista que se ensarta un tenedor en la mano en medio de una
cena, sin venir a cuento. Ante el horror del resto de invitados a la mesa. La
patética representación donde las caperucitas “salen” del lobo destripado, al
mismo tiempo que el mayordomo practica taxidermia sobre un castor muerto;
eviscerándolo.
La
muchacha cuyo rostro es aplastado contra el espejo de un baño, visto desde el
interior del espejo mismo. El arpón que ensarta a una víctima tan limpiamente,
que ésta; tras recibir el golpe, no es consciente de lo que ha pasado, hasta la
hemorragia resultante. O el guapito del grupo, que tras ser su rostro abrasado
con ácido; corre a ciegas por el bosque,
enloquecido por el dolor y es atravesado en un claro por un cepo. Quedando
su cuerpo de pie, con una inquietante expresión de serenidad. Apenas llamó la
atención; y la noche de sábado en que fui a verla, solo éramos cinco en la
sala; y una abuela sentada cerca de mí, dijo al final de la proyección que no
había entendido nada.
Por
cierto, oigo la canción “Let it bleed” (Deja eso sangrar) del gran Iggy Pop,
mientras escribo. Creo que es la canción adecuada para el asunto .
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