EL INFIERNO VERDE . A JOHN MCTIERNAM, UNO DE LOS GRANDES

 

Hay películas que tienen la inmensa fortuna de dar con el director perfecto, y “Predator” (87), tuvo la suerte de contar con John McTiernam a la dirección. Un tipo que había recibido en su emancipación juvenil, una herencia familiar para costearse una casa. Pero McTiernam la invirtió en la realización de una película de vikingos, como una producción amateur, pero lo más profesional posible. Aquel sueño no levantó cabeza, aunque años después, McTiernam pudo hacer su peli de vikingos con “El guerrero número trece” (99). Pero fue un regalo envenenado. Michael Crichton; guionista y productor, amputó el metraje de mala manera, y rodó por su cuenta un nuevo final, temeroso de que McTiernam le arrebatara su autoría. El realizador de “La jungla de cristal” (88), llegó al extremo de amenazar con retirar su nombre de los créditos, pero los estudios habían prohibido el “Alan Smithee” de rigor, como prohibieron la NC-17.

Peor todavía para McTiernam, fue la nefasta experiencia de “Rollerball” (2002), y lo que vino después… su condena social al ostracismo, por callar una información al FBI. Algo insignificante, comparado con los abusos sexuales que el “Metoo” ha sacado a relucir; con posibles víctimas colaterales (siempre he dudado de las acusaciones a Woody Allen, Dustin Hoffman, Asia Argento y Melanie Martínez, dicho sea de paso). Pero aquel verano del 87, se prometía diferente. Tras dos años de retraso, se estrenaba “Demons” (85) con producción de Dario Argento y dirección de Lamberto Bava. Russ Meyer alegraba el arte y ensayo con sus “Vixens”, y un servidor había oído hablar de los últimos estrenos, allá en el pueblo de sus abuelos. La familia volvía a pasar unos días en la casa de Madrid, con los parientes cercanos, antes de su regreso a Valencia. Y en aquel barrio de Aluche de mi infancia y primera adolescencia, había un cine en pantalla panorámica que sería al año siguiente reconvertido en multicines. Era el último día de exhibición de “Arma letal” (87) de Richard Donner, con Mel Gibson y Danny Glover. Producida por Joel Silver, un tipo tan popular en Hollywood por sus taquillazos, como por los chismes y mentideros acerca de su (al parecer) monstruoso carácter.

Yo tenía trece años, y mi madre me daba bastante mano ancha a la hora de moverme por mi cuenta. El cine estaba cerca y no te preguntaban la edad a la entrada. Fue una primera sesión genial con Gibson y Glover como la mejor pareja de polis molones posible, y era el último día que se proyectaba. Al día siguiente, quiero repetir experiencia y voy a primera sesión, y un tipo se lía al intentar leer en el cartel, el nombre de ese prota que fue Conan unos años antes. Entro, y veo uno de los filmes de mi vida. Arnold Schwarzenegger y Carl Weathers estrechan sus manos, con sus bíceps en plena exhibición homoerótica, y un espectador gritó: -¡Joder!-.

Es una gozada para un chaval de apenas trece años, ver una película que tiene todos los elementos para dejarte clavado a la butaca. Concluye la proyección y un pavo que tengo sentado cerca, le dice con orgullo a su colega: –“Tío, me quedo a la siguiente sesión”-. En apariencia, parece una película bélica sobre un comando en una misión suicida en centro américa. Entonces “algo” sucede. Alguien los está observando, y no es humano. Un punto de vista subjetivo en infrarojos y sabemos que se avecina lo bueno. Se supone que son militares entrenados, y que están curtidos en situaciones de alto riesgo. ¿Y qué asustaría a un hombre entrenado para soportar una situación límite?, es posible, que algo que se saliese totalmente de lo normal, y que no encontrara una explicación lógica.

 

Ese ancestral miedo a lo desconocido, arraigado desde el principio de los tiempos, y en el que nos encontramos en inferioridad de condiciones. Del bélico se pasa al terror slasher con el progresivo exterminio de la patrulla, y de ahí a la ciencia ficción apocalíptica al revelarse la condición alienígena del cazador de humanos. Y hay retazos de fantasía heroica en el duelo final, entre el protagonista  y el cazador de cráneos, unidos a su espinazo. Una deliciosa pizza cuatro estaciones, como lo que quiso ser “Lifeforce” (85) de Tobe Hooper. Siempre hay películas que se limitan a ofrecerte lo que prometen, como todo placer culpable, y hay otras que aspiran a ser algo más. Una experiencia que se enriquece a cada visionado; porque he visto “Depredador” más de diez veces. No exagero. Producida de nuevo por Joel Silver; es su mejor producción junto a “The Matrix” (99) de los/las Wachowsky, otra joya igualmente amada, pese a sus discutibles secuelas. “Predator” se rodó en México, en la selva de Oaxaca nada menos. Y Schwarzenegger se hacía el sobrado ante el resto del equipo, humillando brutalmente al pobre Carl Weathers.

 

Algo que no suele contarse. McTiernam se lastimó seriamente al caer de un árbol, mientras preparaba una toma, y Jean Claude Van Damme se calzó las mallas del cazador alienígena, cuando todavía era un patético disfraz de todo a cien. Es sabido que Van Damme se llevó fatal con el resto del equipo, y que casi lo tiraron a coces de burro cuando fue despedido, antes de ser sustituido por el añorado Kevin Peter Hall. Más alto que el belga con diferencia. Siempre he pensado que Elpidia Carrillo, estaba ahí solamente para que no dudásemos de la heterosexualidad de los protas. Aunque McTiernam saca provecho de ella, como todo buen director. Porque McTiernam es un maestro de la puesta en escena. Detalles que se quedan contigo, como el momento en el que Billy, el indio del grupo, corta la liana hueca de un árbol por la que corre una simiente; empieza a beber y entonces siente “algo”, mientras gira su

rostro y la simiente sigue cayendo sobre él. Bill Duke, el más nervioso de los miembros del comando, que aguarda a que el depredador caiga en la trampa que le han preparado mientras “juega” con una maquinilla de afeitar que se pasa por las mejillas. Entonces oye “algo”, detiene la cabeza de la maquinilla y presiona sobre su mejilla hasta cortarse y partir la cabeza de la misma. La muerte de Carl Weathers; la más brutal de todas. Quien se dispone a disparar al Depredador, antes de que este le ampute el brazo con un disparo de plasma y McTiernam muestre dicho antebrazo cayendo, todavía agarrado a la ametralladora que no para de disparar. O la guerrillera, Elpidia Carrillo, que se mancha a propósito con la sangre verdosa del cazador alienígena. Quizá para que éste siga su rastro y la “libere”, pero a su vez temiendo ser pieza de caza. O una de las escenas más terroríficas que un servidor ha visto. El comando pasa de largo al lado de un árbol, y entonces notamos que una línea de sangre cae del tronco principal. La cámara asciende siguiendo el rastro sanguíneo hasta dar con la fuente. Shane Black (guionista de “Arma letal” y de tantas otras), está colgado por los pies de una rama, como si de una res de matadero recién ejecutada se tratase.

 

Pero lo realmente grave, ha sido el ostracismo social al que se ha sometido a McTiernam, desde el asunto de las escuchas telefónicas de Anthony Pelícano. Cuando Hollywood está lleno de parásitos que han hecho cosas mil veces peores, y dormirán a pierna suelta sin temor alguno a represalias. Al autor de “Nómadas” (85), La caza del octubre rojo” (90) o “Jungla de cristal: la venganza” (95), no se le puede negar el pan. No señor.


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