EL CLAVO DEL CHICO MÁS AVISPADO DE MAINE

 

Se dice en ese ensayo con notas autobiográficas que es “Mientras escribo”, que hubo una vez un muchacho que deseaba ser escritor a toda costa, allá en un pueblo del interior del estado de Maine. Entre finales de los años cincuenta y comienzos de los sesenta, en la norte américa rural. Su padre, el cual había salido pitando de casa con el tabaco como excusa, había sido un escritor frustrado. Tal como comprobó el muchacho al descubrir un arcón en el sótano de la casa de su madre, lleno a rebosar de manuscritos escritos a mano y cartas de rechazo. Tanto de revistas de relatos, como de numerosas editoriales.

Empezó a escribir sobre todo papel que se le pusiera a tiro; y un generoso regalo de cumpleaños por parte materna, dio un giro a su vida. Era una máquina de escribir de segunda (o tercera) mano, a la que le fallaba una de las teclas. Pero para Stephen, aquel era el mejor de los regalos posibles. No tardó en pasar a máquina sus cuentos para así poder mandarlos por correo, tanto a revistas de relatos como a editoriales. Y empezar a recibir cartas de rechazo, como le ha pasado a todo/a escritor/a profesional. Clavó un clavo en la pared de su cuarto, y fue clavando en él esas cartas de rechazo, como un testimonio de su lucha para darse a conocer. Hasta que por fin le publicasen. Fueron tantas al final las cartas que clavó, que el clavo se acabó cayendo por sí mismo, y Stephen, dispuesto a no desistir, clavó un clavo más largo. Hasta que por fin le publicaron. Aquel clavo significaba la perseverancia, y tal como dijo un escritor que ahora no recuerdo (creo que era Richard Bach, el de “Juan Salvador Gaviota”, no me hagan mucho caso), -

“Un escritor profesional es un novato que nunca tiró la toalla”. Hay gente que se pasa escribiendo toda una vida, y aunque no cotice en la revista Forbes, como uno de los 10 escritores más ricos del mundo, como le acabó sucediendo al chico más avispado de Maine, tengan por seguro que nunca abandonó la perseverancia y el entusiasmo. Y eso debe premiarse. Por eso todos los que escriben tienen un clavo en su pared particular, el cual les recuerda que deben seguir siempre adelante. Aunque cueste demasiado.





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