CRÓNICA DE UN DÍA DE VERANO O LA INMORTAL DECLAMACIÓN CON FONDO DE ESTRELLAS
Esta crónica
iba dirigida a una convocatoria de relatos para la revista Zenda. Mi mejor
profesor. Pero se me pasó dicha convocatoria por un día. Son los inconvenientes
de vivir en una casa tan ajetreada como la mía, e ir de culo por cien asuntos a
la vez. No creo que sea el único. De todas las anécdotas que recuerdo con un
docente, esta es de las más queridas por un servidor. Aparte de que un servidor
mismo hizo sus pinitos de docente; sin estudios de ninguna clase, en un taller
de audiovisuales para amas de casa. Ya les contaré otro día esa historia.
Era
comienzos del mes de agosto de 1985, y yo era un niñato infantiloide e inmaduro
(¿acaso no son las dos cosas lo mismo?), que contaba con once años por aquel
entonces. Aquel era mi segundo campamento de verano, tras unos desastrosos días
del estío de 1982, donde a mis ocho años, no me había sentido en aquel sitio ni
protegido ni acompañado. Y recuerdo con más afecto el visionado de “El fantasma
del paraíso” de Brian de Palma, la cual echaron por la tele durante aquellos
días, que toda aquella semana y media que no dejó en mí, ni un poso de
satisfacción. Tres años después, mis padres decidieron hacerme repetir
experiencia. Para poder experimentar ser miembro de una de esas fogatas de
verano; esta vez sin fogata, y en las que se contaba las más fabulosa de las
historias a cielo abierto. Y que historia señores; el “Hobbit” nada menos.
Verano del
1985. Un campamento Salesiano en Xativa de unas dos semanas. Un servidor tiene
la típica actividad diaria de todo campamento. Incluso un sufrido día de
caminata, en el que se vio en la posibilidad de morir deshidratado, ante la
indiferencia del mundanal ruido. No exagero. Sumándole un monitor que amenazó
con golpearle. Pero cada vez que caía la noche, su profesor de religión
relataba uno de los episodios de “El hobbit”, con la veteranía de un buen
declamador, ante un público formado por la chavalería del campamento. Mi profe
(cuyo nombre no recuerdo) no se había leído “El hobbit”; se lo había comido,
así de simple. Y cada noche tras la cena, no se oía una mosca durante la
representación, puedo atestiguarlo.
El hobbit
Bilbo Bolson acompañando a los guerreros enanos, tras ser visitado por Gandalf
en su hogar de La comarca. Esos guerreros enanos que acompañan a Bilbo, exiliados del viejo reino de Erebor,
destruido tiempo atrás por el dragón Smaug. Gollum/Smigoll y el anillo único.
Gandalf y los Trolls. El rey enano Thráin segundo, tentado por el lado oscuro.
Los elfos de Rivendel. Las arañas gigantes. La batalla de los cinco ejércitos
contra trasgos y orcos. Y el dragón Smaug, su tesoro robado a los enanos, y su
talón de Aquiles, que es revelado a Bardo el arquero en el momento crucial. Y
el regreso de Bilbo Bolson a la comarca, portando con él un anillo, que todavía
tenía una gran historia que contarnos.
La
peculiaridad de J. R. R. Tolkien, fue la de poner el listón muy alto en los
asuntos literarios referentes a la fantasía heroica. De hecho, el sudafricano
dejó ese listón tan alto en sí, que el resto de escritores de fantasía solo han
deseado superar ese límite. Ya se llamaran Michael Moorcock, Friz Leiber,
Ursula K Leguin, Michael Ende, Tim Powers, Robert Holdstock, George R R Martin
o Laura Gallego García. Solo Robert E Howard, contemporáneo de Tolkien, pudo
haberle superado de no haberse ido demasiado pronto. Y me dejo autores en el
tintero, algunos de los cuales tengo el privilegio de conocer. Unos diez años
le llevó escribir a Tolkien su “Hobbit”; entre 1920 y 1930. Mientras ejercía
como profesor en Oxford y Merton college, y era amigo personal de C.S.Lewis;
otro de los grandes en los mágicos
terrenos de la fantasía. Quien fue uno de los primeros privilegiados en poder
leer el manuscrito original, de la que fue una de las primeras incursiones del
sudafricano a su querida Tierra media.
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